LAS TAMBAS 001


3.    Las Tumbas.



Cuando amaneció, nosotros vadeamos el río y los guardias se quedaron dormidos, con sueños turbados acerca de las tierras de los muertos a quienes habían matado las estatuas de yeso y el humo de tabaco que las historias de sus familias y de sus héroes forjaron, donde el conjunto formaba ribetes de figuras brillantes, de las que emanaba lo sagrado.  Alguien gritaba.  Habían descuartizado a un lagarto, con un machete, su cabeza se dio la vuelta y arañaba al suelo. Alguien levantó una guitarra. El sueño estaba en un lugar muy alejado, en donde los vivos y los muertos yacen casi divididos.


    Nosotros vadeamos el río y nos metimos en el bosque. No había ningún sonido.  Los árboles formaban columnas entre las cuales nosotros pasamos como sombras, en una sola fila,  sobre un suelo tan trajinado.  ¿Cómo tantas personas habían atravesado antes?. Unos años después, Virgilio dijo que, cuando él fue por vez primera a la montaña, en los primeros años de la década de 1940, no había más que tres estatuas de Vírgenes, no había indios, no había africanos y no había personas de la ciudad.  En esa época, no había, tampoco, posesiones de espíritus.  Había sólo voces. En esa era, Lino Valle, padrino de Virgilio, ermitaño quien vivía en la montaña, curaba a las personas, él habría invocado a las voces que salían de esos árboles.


    Una luz tenue se filtraba a través del dosel de ramas.  Otra vez, vimos mantas de plástico sucias anudadas entre árboles - Ofelia dijo "peregrinos", mientras se apuraba. Pero, como era la mitad de la semana, no veíamos a nadie, porque los peregrinos llegan, sobre todo, los fines de semanas de la vacación de ese país.  Había una soledad inmensa.  Sólo había los gritos de los mosquitos y los susurros de las hojas que caían, en este bosque penoso.


    Y, otra vez, atravesamos marcas de polvo blanco sobre la tierra y botellas de tragos vaciadas por túmulos bajo los pies de un árbol.  Algunas veces, las marcas de polvo adquirían formas borrosas de cuerpos humanos, en otras ocasiones, formaban diseños geométricos barrocos, como jeroglíficos que enmarcaban a los restos de unas velas, frutas podridas y flores.  Ofelia explicó que eran restos de portales. Portal. Jamás había escuchado esa palabra y sonaba rara. Literalmente, quiere decir una puerta para entrar o un pasillo.  Aquí significaba que era un sepulcro o un altar. Pero, ¿a qué me refiero, cuando digo "literalmente"?. Si le llamáramos un portón, la idea sobre una tumba adquiriría un significado inesperado.


    Para el recién llegado, cuyo oído no está acostumbrado, discierne la frescura de la metáfora, porque brinda la sobreposición de imágenes de una entrada hacia un mundo nuevo, el portal era una metáfora más que adecuada para que fundiésemos pasillo con sepulcro.  Estaba más que perfecta, la imagen, más bien, la metáfora o la metáfora sola, no menos que su significado literal asombroso - una admirable metáfora-máquina diseñada para estampar la escena de un espíritu que se mete en un cuerpo, posesión, como incorporación que anima imágenes que la muerte y los recuerdos permanentes vuelven hermosa.


Nietzsche señaló que la metáfora constituye el mundo humano, porque se olvida, se absorbe en la realidad de la cultura de la que forma parte, como verdad textual. "Las verdades son ilusiones sobre las cuales uno ha olvidado que son ilusiones; metáforas raídas que ya no pueden impresionar a los sentidos; monedas cuyas caras se borraron y ya no valen como monedas, sino como metales, nada más". La realidad es una especie de truco de magia, gracias al cual arde la iluminación del poeta por un momento y, luego, se vuelve costumbre y nada más, hartada con valor, gracias a ese acto efímero.  Por tanto, ¿la santidad única de un portal no podría hacer que esa valoración abismal volviera a vivir?.


    Ingresamos en un campo despejado, inundado con una luz que se enfrentaba con el primer portal activo, el Portal Del Indio Rojo.


    Era una tumba hermosa, un diorama del estado como obra de arte, que condensaba su magia en un montaje explosivo.  Un Indio campestre de las llanuras de América del Norte, con un gorro para guerra parado sobre un teatro con juguetes del estado, con su bandera, un busto con color de bronce del Libertador y la cabeza rebanada de la reina espíritu, con su corona intacta. Una imagen arrugada de la Mano de Jesús, herida y (por tanto), bendita, con un santo que brotaba de cada una de las yemas de sus dedos completaba ese teatro de títeres, sobre todos quienes presidía, aún, otro retrato del Libertador, con colores mezclados y con la fuerza de la juventud, pintada en la bandera del país y formaba un ambiente magnífico.


    Me puse a pensar en las medallas, el indio en frente, Cristo detrás, porque ahí, también, como un pasaje a poderes mágicos, el indio opacaba, serenamente, a la mano sagrada del Estado-Nación en su cripta que estaba abajo.


    Haydée puso cuatro frascos con orina sobre el portal. Orinas de amigos de ella.


    Ofelia colocó una ofrenda, una naranja cortada en cuartas partes, junto con velas con los colores de su país y tres tipos de bebidas alcohólicas en jarros de plástico.  Ella se sentó en frente del portal, por unos minutos, se concentró, fumaba un cigarrillo y castañeaba sus nudillos, "buscaba obstáculos". Cuando, a través del humo del cigarro, vio que todo estaba despejado, ella comenzó su labor para curación o, como ella dijo, comenzó a trabajar.


    En frente del portal, ella roció polvo de talco e hizo una silueta, con tamaño real, de una forma humana, dentro de la cual puso a Haydée, con su cara mirando hacia arriba.  En rededor de ella, puso las cinco copas con alcohol y veinticuatro velas y, cuando las encendió - una visión impresionante - ella comenzó a golpear una lata de estaño vieja que había hallado en un basurero, en medio de latas botadas, cajas para aceite para cocina y cajones para jugos, jarros de plástico, flores viejas, canarios, mariposas y, según el viento, olores de caca humana.


    Haydée, aún como un cadáver y con una palidez mortal, dentro del círculo de llamas, cerró sus ojos, mientras Ofelia seguía pegándole al bombo.


Un varón alto, angulado apareció de la nada, con un bombo y una espada o sería una varita, saltó en el descampado, como una araña bailarina.  Apareció de la nada, sin que hiciera ningún ruido.  Él puso la punta de la espada sobre la cabeza de Haydée, le bendijo con la señal de la Cruz y, rápidamente, con un tono agudo mecánico, recitó una invocación a:


  • La Corte Del Cielo,

  • La Corte De Médicos,

  • La Corte de Africanos,

  • La Corte de Indios.


    Ofelia seguía pegándole al tambor, como si no hubiera pasado absolutamente nada.


    El varón con la espada (o, ¿sería un palo?) brincó y desapareció por el borde de rocas y sobre tres árboles caídos.  ¿Fue real?.  En la altura, había un grupo de personas a quienes acompañaba. Una mujer chilló con furia.  "¡Cruzados!,¡cruzados!.  Yo crucé mis brazos.


    Haydée estaba echada, inmóvil, bajo el hechizo del portal.  Un tiempo después, ella dijo que estaba conciente sobre todo lo que había sucedido.  Tal vez, exactamente, como el varón que parecía araña había bailado fuera del bosque y le había bendecido con sus invocaciones, ¿tantas figuras que surgieron del portal habían salido del espacio muerto del portal, para bailar y bendecirle a ella?.


    Ofelia preguntó, con su voz como de cansada y aburrida, "¿cuánto tiempo transcurrió?".


    "Como diez minutos".


    Ella dijo : "así que otros diez", con resignación.  Le dolían las  yemas de sus dedos. El Sol estaba ascendiendo. Nosotros estábamos cansados, porque apenas habíamos dormido.


    Luego de que Haydée salió del círculo posterior, yo pregunté a Ofelia qué había estado ocurriendo y ella me contó que el espíritu del indio había entrado. Golpeé el tambor para invocar al indio. Ella dijo que el redoble sirve para que se haga luz.


    Secuestrado de las llanuras amplias de la imaginación imperial, sacado de otra historia del valor que circula en las mentes de los vencedores, ese indio de las Llanuras de Estados Unidos cargaba lo más intenso de lo primitivo - para dar testimonio y para extraer el diseño mágico y sagrado del estado moderno, que, en otro caso, no podríamos pronunciar.  Por decirlo en alguna forma, la imagen del indio era una clave, una llave hacia el interior sagrado de ese estado, hacia el teatro de su mano santa que, ahora, se extiende hacia una población poseíble. Encontramos, en el estado moderno, lo interno sagrado, la reina espíritu, que perturbaba al Castillo de Kafka: ... "K. llegó tarde, en una noche. La nieve había enterrado a la aldea. No se veía la colina del Castillo, estaba cubierta por la niebla y por la oscuridad, ni siquiera había un destello de luz para que viéramos que existía un castillo.  K. se quedó parado durante mucho tiempo en el puente de madera que llevaba desde el camino principal hasta la aldea y andaba dentro del vacío ilusorio que había sobre su cabeza". En las perfumerías, puedes comprar estampas de los espíritus. Algunas están plastificadas, como las Cédulas De Identidad que el estado te entrega, obligadas hasta para los niños y, como tarjetas para crédito, están diseñadas para que guardes en tu billetera. En el reverso de cada estampita hay oraciones dedicadas al espíritu santo, que tienes que leer con voz alta. Quizás, cuando Kafka  escribió algunos de sus "aforismos" y algunas de sus "parábolas", tenía en su mente algo parecido a esas oraciones, como Deseo Ser Un Indio Piel Roja sobre un cabello que corre apoyado contra el viento que tiembla sobre el piso tembloroso, hasta cuando la cabeza del caballo desapareciera junto con la tierra. Él te guiará, este valiente sur post-moderno, que se desliza suavemente sobre los ribetes, para que halle remansos nuevos en los suelos felices, donde la civilización se enfrenta, cada día, contra su propio salvajismo.  Una pareja fabricada en el cielo, la confluencia etérea de razón y violencia dentro del estado;  la constitución de su ser verdadero. Hobbes dijo, con mucho tino, este dios mortal, ¿para qué más una especie de santidad podría mantener juntos, en la herida de una mano estigmatizada, la promesa de justicia y el monopolio del uso legal de la violencia?.


    Ofelia preguntó: "¿cuánto tiempo estuve tocando el tambor?. Haydée estaba en otro mundo. Como un cadáver en su círculo de fuego. El Sol calentaba más intensamente.


    Él te enseñará, dulce valor. Él es el indicado, en estos días, para que dispare con holgura la negación como santidad, la labor, como Ofelia la llama con insistencia, la labor que consiste en expulsar lo negativo con los chasquidos de tus dedos; un santo para cada yema de cada dedo, el indio arriba, el Libertador y la reina espíritu debajo; Haydée se estiraba, mientras nosotros mirábamos toda la incorporación del espíritu; Ofelia hacía retumbar sus dedos. Por la Luz.  Por la muerte. Porque la labor del espíritu (Hegel escribió) "aguanta a la muerte y, en la muerte, sigue siendo. Gana a la verdad, sólo cuando se encuentra completamente desgarrado. Ese poder se alcanza sólo cuando se ve lo negativo en la cara y se afinca dentro de él". Pero Hegel no sabía hasta qué grado tenía razón (Bataille escribió). El vio un parto, un parto de lo negativo, cuando él habría debido ver, también, la representación. Y Hegel no tiene nada que decir acerca del sexo.


    Durante todo ese día, nosotros escalamos la montaña, siguiendo el lecho de la corriente, en un lado del cual, como muchas perlas trenzadas en una hebra, había varios portales o restos de portales, metidos, con destreza, en grietas, raíces torcidas y ranuras en las caras de las rocas, como si la naturaleza estuviera pidiendo que la humanidad interpusiese una imagen para que completase una seña. Y, otra vez, habría un charco en rededor del cual se esparcían cantos de piedras y nosotros forjamos nuestro camino alrededor de ellos. En algunas ocasiones, habían pintado los colores del país en esos cantos.


    Nosotros trepamos como sonámbulos, embotados por el calor, aunque estábamos atentos. Hasta teníamos  miedo. ¿Miedo a qué?, yo no sé. ¿Algún poder que, con su genio ritual, permite que salgan a flote cosas sin conciencia y que enriquecen a la mente, pese a que mantienen la ley en contra de esas cosas?. Tenía que existir un arquitecto responsable de la disposición de este teatro del espíritu inmenso.  Pero, sencillamente, no había ninguno.  No concordaba(se oponía a) con la arquitectura.  Pero algo como este terreno anárquico santificado, tallado dentro de la sociedad civil ¿habría podido aparecer solo, aspirado del poder del espíritu del estado?. O nosotros ¿temíamos a ladrones, que aguardaban ruidos inopinados?. ¿Tal vez, serían asesinos?. No sería difícil, luego de las terribles advertencias de los guardias.  Pero, en esas advertencias, había algo más, algo más que ladrones y violadores y asesinos - un peligro inmenso, innombrable, intimidado por esas figuras, pero que iba más allá de ellas y, así, las preguntas sobre causa y efecto quedaban suspendidas. Si, aquí, existieran, realmente, rateros y asesinos, ¿quería decir que ellos eran la causa del temor? o ¿quería decir que, en la montaña, había algo que les atraía hasta ahí, como una llama atrae a unas polillas, para que cometan sus crímenes y refuercen la santidad de la montaña?.


    No puedo nombrar a ese peligro. Pero eso es lo de menos. El portal hace que ese peligro se acumule, por un impulso para completar un signo que la naturaleza inició, cuando lo abrió dentro de la tierra de la montaña y alcanzó hasta el Cielo. Por definición, un portal está abierto, siempre, una herida, jamás una resolución.


Y, ahora, vemos a Haydée, inerte, como si la muerte se extendiera debajo del Libertador y de la reina espiritual, serena, en el espacio muerto de su mundo subterráneo, debajo del indio valiente, barrido de los llanos extensos, con el ardor de los colores del país, Haydée estaba en trance.  Ofelia tocaba el tambor, el varón quien apareció de la nada brincaba hacia dentro del círculo, con una espada que era una varita con la que le tocaría suavemente e invocaría a las huestes de la reina.


    El salto desde ninguna parte es contagioso. Una hilera de vuelo. Nos arrastra, también, comenzando con que la comprensión sobre la necesidad de participar en la tormenta es un fin por ella misma y no presiona menos que la necesidad de explotar la magia de la montaña, para que solucionemos los problemas pesados de cada día.  Es la pasión, en fin, que es el peligro generado por la montaña, que amenaza con que se difundirá más allá de su base y se arrastrará a través del río, más allá de los fortines de acero de los guardias, más allá de un Eladio armado que apunta paranoicamente con su muñón, más allá del solitario Zambrano, tuerto y astuto, inclinado sobre su cigarro, más allá del portal del Indio Macho, cerca de las puertas del molino de azúcar, más allá de todos esos guardias y de todos esos portones, como para que vayan por las autopistas, rozando majestuosamente hasta la capital.


    Ese salto desde ninguna parte, con la espada que es una varita, es el salto en que se combina la violencia con la santidad, con lo que el poder entre los muertos y los vivos, el estado del pueblo, vuelve a llenarse en la circulación, espásticamente.  Aquí, donde el cuerpo se convierte en el escenario para la nada, sobre el cual el drama grande de las formas estáticas puede desfilar junto con el impulso sin freno y con significado abortado, donde la salida del cuerpo da paso a otras incorporaciones que vierten fuerzas mágicas, aquí está la escena de las "rejas", el portal, sereno en la necesidad de su misión imposible.  Y, por eso, no puede nombrarse este peligro.  Más bien, se filtra. Como estas palabras verdaderas.  No puede contenerse ni estructurarse, no importa cuán graves sean los dualismos, no importa cuán formal se la ley.  Y, por eso, el último aliento, el portal existe y es bello y poderoso.  Porque el portal es el esfuerzo por la contención del fracaso constante y glorioso, intimidad y contento donde las constelaciones de imágenes que forman y vuelven a formar al estado del todo atraviesan ondas de impulsos soltadas lentamente del rito destinado a atravesar el umbral que separa a los vivos de los muertos.


    Ahí, exactamente, con precisión milimétrica, en el portal, la reja, la gran máquina-metáfora que oscila hacia atrás y hacia adelante, entre lo textual y lo figurado, en el fulgor y la desaparición de la poesía que se hace verdad, no menos que como en el espíritu dentro del cuerpo están la seña y la substancia, el estado de las personas, para que se funda un instante alquímico, largo y gratificante.  Supongo que, por eso, Zambrano siente, año tras año, que su cabeza se encaja en sus manos, que las velas arden en charcos de parafina, bajo los pies de la reina, en la obscuridad de su cabaña; por eso, Eladio agita su muñón, peligros umbríos acechan en el horizonte de cañaverales y, por eso, Ofelia y Haydée crean juntas, mientras el indio valiente mira abajo, al teatro de títeres del Libertador y de la reina espíritu, diorama del estado del todo.







4.    Esperando A Ofelia


    El Capitán Misión Poseyó al Jefe Justicia.



Nada volvió a ser igual, nunca más ni en todos los años desde cuando él volvió, después de 1983.  Él seguía esperando a Ofelia, quería hacerlo bien otra vez, algo honrado y recto, enigmático y poderoso, hermoso anudado con humor. Sólo dos damas amables y dos gringos que iban a cualquier otra parte se subieron en un colectivo que iba por el camino hacia la montaña mágica, porque querían extraer una pizca de poder del estado del todo, en un día calmado.  Pero, pese a que él regresó tantas veces, nunca la encontró.  Una vez, los guardias le contaron que ella había estado por ahí. En otra ocasión, él escribió, pero no hubo respuesta. Quizás, la carta nunca habría llegado allí. El fue y trató de encontrar a ella en la dirección que ella le había dado en la frontera de la ciudad:


    Fifth Drainage Ditch

    Casa # DDT 18

    Valencia.


    Pero, aunque ellos habían pasado allí la noche, luego de que habían visitado a la montaña, él no pudo encontrar la casa.


    Lo que, entonces, habría parecido que era un cuento de hadas, que se desenvolvía suavemente a través de sepulcros que ascendían hasta el palacio del Libertador sobre la cima de la montaña, se convirtió, en visitas posteriores, en una excepción. Generalmente, ocurría algo muy diferente.  Los elementos seguían iguales, pero el efecto general tenía algo más.


    Desde los senderos más lejanos del país, las personas llegaban en los fines de semana y en las vacaciones del país, en lo que ellas llamaban misiones o caravanas de tres a treinta personas bajo la conducción de una persona.  Ellas acamparían en la montaña, pero, generalmente, en nomás que ochocientos metros del río.  Ellas erigirían su portal y, a menudo, no se aventurarían a ir más allá.  Las tiendas las hacían, generalmente, de láminas de plástico y, cuando había muchas tiendas, formaban algo como una ciudad del medioevo, con calles estrechas que dan vueltas entre paredes brillantes, algunas veces, con color blanco opaco y, algunas veces, semitransparentes, según la cantidad de luz y la hora de cada día.  En las noches, podrías ver, desde afuera, los colores brillantes del portal, junto con las formas móviles de las personas en las escenas grandes de posesión.  En otros momentos, las personas dejarían que se abrieran un poco sus "teatros" de plástico para que vieran los transeúntes, en forma que, si los veíamos como un todo, no se distinguían de una feria de la edad media, con el brillo de una escena tras otra escena, de una posesión tras otra posesión, opacas, como si fueran muchas capas de plástico superpuestas que se mecían con suavidad bajo los árboles que estaban en la base de la montaña.  Es el reino de plástico que se estremece y que reposa pesadamente ante nosotros y dentro de nosotros.


    Se imponía sobre el original.


    Espíritus de plástico, ciudades de plástico, maleables y que se desgarraban en el viento.


    Luces con colores y con movimientos se filtran a través de la luz del cuerpo con transparencia.


    Mientras los espíritus bailan desde Cuba por Miami por fábricas de yeso pertenecientes a emigrantes italianos que trabajan horas extra en los tugurios de la megalópolis del tercer mundo, en este siglo, el siglo del espíritu maleable se extendía a través del mar brillante, el reino de plástico.


    Escamas azules de plástico rasgado por árboles junto a las orillas de los ríos en el bosque aislado de la Costa Del Pacífico, bosque verde, azul


    azul ondeante

    vórtices de desgarros que se agitan

    en las corrientes feroces del agua barrosa; arriba, minas de oro; abajo, trabajo de esclavos. Timbiqui. Aquí, en el confín de la Tierra, el reino de plástico.


    Un azul oscuro hermoso, el azul del cielo que hace señas entre frenesís.


    Plástico color anaranjado.  Plástico color negro. Y bolsas de plástico color blanco que se desgarran entre alambres de púas, que chillan en las noches, a través de las arenas vacías, azotadas por el viento, de la península Guajira, que llegan hasta el mar, aquí, sobre los médanos que se baten con sutileza, bajo estrellas frías, unas anaranjadas, unas negras, unas blancas.


    La hilera blanca, la hilera blanca de plástico, ahora, parte de la naturaleza, "segunda naturaleza", el reino de plástico que se estremece ante nosotros y dentro de nosotros y que se estira hasta el norte, a lo largo de la marea alta de Yucatán, más allá de lo que puede ver un ojo, junto con troncos flotantes y mariscos que trazan la masa hinchada del océano,

    se levanta, amaina

    giros y extremos de la naturaleza en la hilera blanca y larga

    para equilibrar los cambios de mareas y las fases de la luna, que cambia sus fases sobre la mole titilante del mar Caribe, la ciudad natal de la reina de los espíritus.  Reina de cosechas y aguas y de la extremidad humana, dragones y serpientes, ciudades de plástico sin baños ni basureros, santidad que se alza sobre este fermento incandescente de la necesidad humana, que vigila a través de la noche y en la noche siguiente y en todas las noches que seguirán.


     Daría poco sueño, la noche estaría auspiciosa para que visiten los espíritus, aunque, durante el calor del día tropical, la atmósfera estorbada por el plástico provocaba modorra, sin importar cuán atrevidas fueran las imágenes, cuán dramática fuese la acción.  Las imágenes de los espíritus se dibujaban nítidamente y rebotaban en banalidad letárgica con motas de fulgores frenéticos, mientras las posesiones se disparaban o fallaban, porque seguían direcciones inesperadas.


    Desde entonces, él vivió muchos años, oscilando entre esas dos capas de experiencia, la vez primera y otras veces, narración y abandono, redención y vileza, incapaz de ajustar uno con otro, esperando a lo que sus recuerdos retrataran como una perfección que crecía cada vez más, de la vez primera para afirmarse ella misma, esperando, sí, a Ofelia para que recobrara la mezcla remunerada de sentido común del corazón amable y humor que escaseaba penosamente.


    La conmoción se dio cuando el Cubano Negro le acusó por trabajos obscuros. Era Navidad. Alguien había llegado hasta el campamento de Katy y dijo que había un varón que se había puesto una peluca y andaba cerca del portal que estaba en el fin del camino hacia el cañaveral y que hablaba como una vieja.  Un montón de personas le observaba.  Alguna otra persona dijo que ese varón hablaba en Inglés y estaba enojado.  Ya había avanzado la tarde.  Había un varón con piel oscura, que iba de atrás a adelante en frente del portal.  No tenía camisa, en rededor de su cuello, tenía un montón de rosarios y crucifijos y, en su cabeza, se había puesto un sombrero de paja suelto. Katy dijo que era el espíritu del Cubano Negro. Otro varón, que usaba sólo pantalones cortos, con una panza descomunal, levantaba sus manos como un escudo sobre la cabeza del Cubano Negro, estaba temblando "con la fuerza". En un lado, estaba una mujer joven, parada;  se sacudía, con una expresión vidriosa.  Ella se había puesto un turbante con los colores del país. Las otras personas estaban sentadas en un banco y miraban al Cubano Negro y, detrás de ellas, había más personas, todavía. Era el teatro de la posesión. Los ojos del varón. Daban vueltas. El timbre extraño de su voz.  Se agachaba.  Gestos que parecían palos. Contorsiones grotescas en sus codos, en sus muñecas y en sus rodillas.  Una gran parte de la concurrencia fascinada por el hechizo, aunque miraba de palco y era un poco incrédula. En todo eso, había un aire de rutina aletargada. Cuando terminó, ellas aplaudieron. Un espectáculo.  ¿Existía un fin?.


    La hija de Katy le alentó para que diera un paso adelante y recibiera la bendición del espíritu. Él podría ayudarte, tal vez, para que te sanaras. Quizás, te dará algún consejo. Muchas personas hacían eso, pero a él le parecía que era tímido y vulnerable. Francesco, el enamorado de Katy, avanzó para que le bendijera. El Cubano Negro quería decir muchas cosas, pero no era fácil que le entendieran, ya que su discurso, que se suponía que estaba hablando en inglés, lo hizo con un castellano mal pronunciado. Katy seguía mirando, con una sonrisa con asombro. Tal vez, demasiado asombrada.  Cuando ellos salieron, ella dijo que el Cubano Negro le había acusado a él porque "trabajaba en la obscuridad", trabajaba con espíritus malignos. Su barriga se tensó. ¿Cómo puedes responder a un espíritu que te acusa?. Esa sensación de indefensión, ¿le había traicionado a él?.


    Katy siguió hablando : "me parece que él se ha equivocado, pero quiero darte un baño, mañana".  Ella le contó que él necesitaba al espíritu del "cortejo de médicos", que incluye al espíritu del doctor José Gregorio Hernández. Cualquiera de ellos podría transportarle a ella.


    Pero, más tarde, mientras estaba echada sobre una hamaca de nailon, ella afirmó que el tipo estaba engañando.


    La hija de Katy, quien estaba fumando cigarros, preparaba un muñeco de trapo para que se purificara en frente de su portalcito. "Preparando el material".  Colocó al muñeco con su cara mirando hacia arriba, en un círculo de velas, frente a un portal, se puso en un lado de él y se concentró, tácitamente, purificó al cuerpo y lo convirtió en algo más capaz para que recibiera, en algún día, esa posesión - ellos suelen decir para que "le transporten" - por parte de los espíritus sanadores. Ella tenía sólo diez y siete años de edad y estaba muy segura. Hace unos cuantos días no más, su madre dijo, con orgullo : ¡por vez primera, mi hija fue posesionada!. Poseída por un indio.  Un Anónimo.


Cada fin de semana, una vez por semana, Francesco comenzó a llevar a Katy en auto, a un lugar que quedaba dos horas de la ciudad.  Ellos estaban entre las pocas personas privilegiadas quienes tenían lugares permanentes sobre la tierra plana que había encima del río que corría por la playa para estacionamiento los refugios de calaminas de los guardias con miradas perdidas. Algunas veces, ella se quedaría con una u otra de sus hijas y Francesco llegaría en los fines de semanas, en su vagoneta, cuando terminaba su tanda en la fábrica. Ella tenía cuarenta años de edad y tenía siete hijos.  Como Ofelia, ella estaba serena. Ella se quedaba sentada la mayor parte del tiempo, con una sonrisa con hastío sobre su cara y no decía nada, excepto que sería muy hermoso que todos se llamaran hermanos  y hermanas, mutuamente y cuán bella era la montaña, mientras ella daba golpes a los mosquitos.  Sus cabellos eran cortos y los había teñido con color rubio y su piel era hermosa, con color café dorado, como durazno.  Su mirada era no sólo constante, sino un poco perturbadora, rondaba entre ironía y estupidez santurrona.


    El nunca vio que ella fuera poseída ni que obrara como un banco ni que curara a alguien. El trabajo de un banco consiste en guiar a los espíritus y proteger a la persona poseída. Parecía que ella se había ofrecido, porque había logrado algún estado de ser último y ella misma se había convertido en un espíritu, que se concretó en una sonrisa incorpórea.  Pero, luego, ella se preguntaba si alguna otra cosa había estado perturbándole.  Cuando él volvió a la montaña, años después, los guardias le contaron que ella había muerto y que otra persona se había adueñado de su choza de calaminas que estaba en la playa. Un cáncer le había matado a ella, pese a que era muy joven.


    Todos sus guías murieron y desapareció así.  O, también, como Zaida, los espíritus de los muertos con quienes ellos obraban casi los habían matado y tuvieron que renunciar.  La montaña hizo eso.  Con toda su belleza y con toda su altura, tú no podías olvidar su peligro. Él se preguntaba, algunas veces, si la reina de los espíritus le dejaría que terminara su libro o si le sucedería algo malo a él. Todas las personas le advertían que se mantuviera alejado. Un espíritu había seducido a una mujer joven, en las noches y tuvieron que llevarla a donde un curandero para que examine su virginidad y juraba por vivos y muertos que a las personas les secuestraban en la montaña y les sacrificaban en cavernas subterráneas.  El varón que atendía una tienda de pastas abría sus brazos y hacía un círculo para que todos escucharan cómo su amigo se había vuelto loco en la montaña y había descuartizado, con un machete, a una persona. El actor marxista-anarquista quien había presentado farsas escritas por Hans Sachs, en el siglo diez y seis, a los indios que vivían en la península Guajira, pero que nunca visitaría la montaña y relacionó con la "actuación" que hizo ahí, porque sintió un miedo y un disgusto viscerales indescriptibles pero grandes.  El taxista que llegó de las Islas Canarias, quien sacudía su cabeza, casi les suplicaba que hicieran todo lo que quisieran hacer, menos que fueran a la montaña. Advertencias constantes para que no llevaran a los niños allí, porque se enfermarían o los espíritus les secuestrarían.  Fumar tabacos con obsesión, para vigilar, según las cenizas, cómo estaban los humores de los espíritus.  Les obligaban a que se pusieran collares y pulseras con los colores del país, junto con la Cruz de Caravaca, para que se protegieran contra terrores innombrables.  Luego, la piedra que atravesó la ventana de un automóvil y que hizo pedazos a los dientes y a la boca de Rachel, con una velocidad de ochenta kilómetros por hora, en esa noche teñida, sobre una carretera rural que quedaba a trescientos veinte kilómetros de la montaña.  Pero el seguía volviendo.  Uno de los guardias había violado a otra amiga, en la montaña, en un día cuando todo estaba vacío y, luego, ella regresó, también, "con la intención de que corregiría todo".  En realidad, ella había quedado petrificada, desde el momento cuando puso un pie sobre la montaña, aunque desde lejos, como una idea, diremos, más que como una realidad, la montaña provocaba una fascinación extraña.  El asunto era ése.


    Cuando tenía diez y seis años de edad, Katy solía oír voces, mientras se dormía.  Las voces pertenecían a unos indios.  Ella le contó a su madre que tenía miedo y le dijo que estaba volviéndose loca.  Las voces seguían sonando. Su madre le había llevado para que unos doctores le examinaran y ellos le encerraron en un manicomio, le dieron drogas y tratamiento con "shock". Pero, he ahí que pasó algo extraño.  Ella se hizo amiga de una enfermera a quien  le habían visitado, también, unos espíritus y solía desaparecer de pronto y se escapaba al baño y fumaba tabacos.  Ella le dijo:  "tú no tienes nada malo" y botó los medicamentos.  Un día, las voces le contaron que quedaría libre. Ella alistó su maleta.  Así no más.  Y, desde entonces, ella se hundió más en el mundo de los espíritus y fue a varias sesiones para espiritismo en la ciudad.


    Él se preguntaba cómo ella sabía que esas voces pertenecían a unos indios y por qué las imágenes de esos indios tenían esa fuerza espiritual.  En todo el país, apenas había unos cuantos indios en "verdad", probablemente, menos que diez por ciento de la población y las imágenes mágicas no tenían ni el más mínimo parecido con los indios "verdaderos", sino que, más bien, surgían desde el mundo fantástico de la frontera de Estado Unidos como la figura con boina para guerra el guerrero del llano.

 

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